Mi primera sorpresa: me desperté.
La gente que se deshace en el Caos normalmente no hace eso.
Segunda sorpresa: mi hermana Artemisa estaba inclinada junto a mí, con una sonrisa radiante como la luna de otoño.
—Has tardado mucho —dijo.
Me levanté sollozando y la abracé fuerte. Todo mi dolor había desaparecido. Me sentía perfectamente. Me sentía… Casi pensé: «Como si volviese a ser yo», pero ya no sabía lo que eso significaba.
Volvía a ser un dios. Durante mucho tiempo, mi mayor deseo había sido que se me devolviese la divinidad. Pero en lugar de sentirme eufórico, lloré sobre el hombro de mi hermana. Sentía que si soltaba a Artemisa, volvería a caer al Caos. Grandes partes de mi identidad se desprenderían, y no podría encontrar las piezas que faltaban.
—Tranquilo. —Me dio unas palmaditas en la espalda con incomodidad—. Vale, coleguita. Ya estás bien. Lo has conseguido.
Logró salir con delicadeza de entre mis brazos. Mi hermana no era muy cariñosa, pero me dejó agarrarle las manos. Su calma me ayudó a dejar de temblar.
LO QUIERO ABRAZAR DIOS MÍO, TE QUIERO TANTÍSIMO LOCO