En este caso, yo no estoy cansado de ti, sino, como dice Handke, «Te estoy cansado».
De este modo estábamos sentados —recuerdo que siempre fuera, al sol de las primeras horas de la tarde— y, hablando o callados, disfrutábamos del cansancio común. […] Una nube de cansancio, un cansancio etéreo nos unía entonces.