Iluminando el interior del vagón, la manta y los harapos, la luz indiferente de una farola desveló el asiento vacío. Buscaron al niño debajo de los asientos, por si se hubiera caído al frenar o resbalado en una curva. Pero lo único que vieron fue el tranvía cansado y vacío del último trayecto: les llegó el olor acre de
Dianela Villicaña Denahar citeratför 3 år sedan
Los viejos saben, por cinismo, que el corazón de los jóvenes está hecho de cristal: al primer golpe se hace añicos
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En aquellos momentos, también ellos habían advertido en la palma de las manos la quemazón de los estigmas, el peso de la aureola en la cabeza, el destino de mártir de sus vidas
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La íntima prepotencia de aquellos hombres y la grandiosidad de aquel mar que nunca había visto, privado de horizonte, tan líquido y sin anclajes, la habían dejado muda, incapaz de explicar de dónde venía y hacia dónde había decidido ir. Ella no había decidido nada
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La Madre, superada, se quedó con las piernas abiertas, arrasada por el agotamiento y la tristeza de haber traído al mundo a otro prófugo, ya en fuga de la indiferencia, de los esbirros de Herodes, de la carencia y la soledad
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Una historia sin milagros y con la sola santidad del niño abandonado que, según la enfermera, debería haber arrancado a todos del éxtasis del falso pesebre tranviario, convenciéndolos de una vez por todas de la eterna ausencia de Dios, sin más promesas de salvación que las pequeñas ilusiones que nos ayudan a salir adelante, la mentira que nos distrae y nos condena a aceptar nuestra condición
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Lo veían auténtico por su estado de abandono y soledad. Compartían el mismo destino de viaje, idéntico el viacrucis asfixiante del transporte público: no podía ser sólo una casualidad que a aquel niño tan perfecto y perfumado de naranja lo hubieran abandonado en aquel vagón en Nochebuena
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También ellos tenían que estar seguros para no confundir su deseo de Dios con la injusticia de los hombres
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El descubrimiento de su propia ausencia le hizo todavía más dolorosa la ausencia de la anciana. Se durmió con el libro en las manos
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Se sentían partícipes de la evidente santidad de aquel niño abandonado en un tranvía parecido a una cueva