Un texto babilónico de 2800 a.C. divide a los monstruos en tres clases: los monstruos que lo son por exceso (los gigantes), los que lo son por defecto (como, por ejemplo, los enanos o las criaturas deformes) y los que lo son por partida doble (los gemelos siameses). Si bien la existencia de un monstruo de estas dos últimas categorías podía interpretarse como una buena o una mala señal en función de diversas circunstancias,