En el pequeño apólogo o parábola que tuvo así el honor de inventar, los árboles representan y significan todas las cosas visibles, y el viento las invisibles. El viento es el espíritu, que sopla donde le place; los árboles son las cosas materiales del mundo, que son sopladas donde el espíritu quiere soplar. El viento es filosofía, religión, revolución; los árboles son ciudades y civilizaciones. Sabemos sólo que hay viento porque en cierta colina distante enloquecen los árboles de pronto. Sabemos sólo que hay auténtica revolución porque todos los tubos de chimenea enloquecen en todos los tejados de la ciudad.