La exquisita dolencia

manzano terrenal, será a la vez risueña y gemebunda, como el agua profunda”.

¿Cómo sería la poesía de un latifundio? Nos la imaginamos amarga, desolada, desértica, como algunos pasajes de Othón.

En agudo contraste con esta fraseología zoológica la Revolución nos ha enseñado a vivir y a hablar como hombres

Cuando se estudien sin violencias y con calma las perspectivas permanentes de nuestros empeños, se verá que no mentimos

Pero nosotros reclamamos como única originalidad la de haber escuchado a los poetas. Los complejos y los resentimientos son el habla no poética del mexicano. Desatrancarlo de esa manera de expresarse no ha sido tarea fácil, aunque por hoy la podemos dar por realizada.

El poeta no se deja engañar por la primera impresión de las cosas, todo lo que dice avanza precedido por un horizonte en cuyas envolturas los signos y sentidos tienen el campo abierto de su potenciación.

Pues esta “morbosidad”, este “catastrofismo”, sólo son negativos si se empeña la atención en consagrar a sus contrarios en lo positivo. Lo original consistiría en ser incomunicables, en no definir sino lo peculiar, lo incanjeable. El carácter como zozobra no es un vaso cerrado, sino un canal de riego.

se podrán reconocer todos aquellos que, por mil accidentes de historia, de cultura o de sociedad, se han visto acorralados en lo catastrófico.

humanismo. La imagen del hombre que de ahí surgirá no tendrá originalidad, pero sí originariedad,

Los pueblos que nos contemplan no se acaban de explicar cómo es que, a lo largo de siglos, hemos sobrevivido, más aún, para decirlo con palabra definitivamente desusada, cómo es que hemos “progresado” y “progresamos”. Tenemos una lección que enseñar, debemos al mundo la lección de una crisis que es vital, que es hombruna, que es valiente. Y, a partir de este sentido de lo radicalmente humano, hemos de levantar nuestro humanismo.