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Pedro Andreu

Anatomía de un ángel hembra

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Este manojo de poemas rabiosos, perpetuamente enamorados, ebrios, lúcidos, altivos y tensos como dos adolescentes desnudos y anudados bien en una cama siempre deshecha, bien en la intimidad áspera y oculta de un campo de girasoles son mucho más que unos poemas intensos o letras de canciones que uno compone tras una ruptura con esa Laura petrarquiana vuelta del revés y hecha jirones por el verbo violento, tierno, crudo de este poeta mallorquín, incomprensiblemente obviado por la crítica y por los literatos de estos lares. Si digo que estos poemas rezuman verdad por los cuatros costados y vientos no diré gran cosa. A lo sumo, una ostentosa perogrullada. Pero cuando en poesía o en arte hablamos de verdad nos estamos refiriendo a esa lectura emocionada, a esa vibración constante que nos procuran estos versos escritos a la cara, contra viento y marea. El poeta, a pesar del aserto pessoano -el poeta es un fingidor- no sacrifica la emoción concreta por el alarde verbal. Con esta lectura he recuperado viejas sensaciones. Una de ellas es la de asistir a una especie de parto en directo, a una insurgencia emocional y arrebatada que amenaza en ocasiones con desbordar el recipiente, pero que sabe mantenerse y sostenerse gracias a la autocrítica, a la ironía que practica el propio poeta para consigo. El mismo Andreu lo explica a la perfección, en plan alquimista, en el muy buen post scriptum: Este libro fue mierda y oro, viene a decirnos. Y lo cierto es que uno se queda con esa potente impresión: la de que este poeta poetiza como muy pocos pueden y saben hacer la propia mierda. Ese sentirse mierda, polvo, fango que todos, por el mero hecho de vivir, conocemos, Pedro Andreu lo poetiza hasta hacernos cómplices de ese poeta de alas quebradas, recién caído de bruces sobre un charco en plena madrugada o comiendo un clítoris fugaz, maldiciendo y celebrando esos cuerpos de mujeres que van y vienen y a veces se quedan un rato con nosotros para luego irse y dejarnos un siete en el corazón, en la camisa, en el hígado. Pues aquí hay alcohol, porros y noche, ojos turbios e incandescentes que se cruzan por unos instantes. Pero también hay salud, sol, mar, cuerpos desnudos que se abrazan en una cala del sur de esta isla, y desayunos que sólo un hombre perdidamente enamorado puede hacer y servir a una loba que aún duerme, vencida, dilatada, ronroneante de sueños. Puro paganismo. Aquí hay poemas que parecen canciones, letras que cualquier banda con sensibilidad compraría al poeta. Hay algún serio aviso a los clásicos: “El kif es mi mentira, esta pipa una excusa, y Petrarca ese imbécil que pretendió encerrar tus caderas elásticas en rígidos sonetos.” En muchos casos, el poeta es un hombre hecho trizas que, sin embargo, resucita con más ímpetu para volver a morder el polvo, la misma carne amada o accidental, y darse de bruces contra lo que de verdad importa: la vida, la puñetera vida. Para el final, el poeta nos reserva dos nanas demoledoras. Las muertes de su abuelo y de su padre tiran de todo su potencial poético para ofrecernos uno de los poemas más emotivos y logrados que versan sobre este peliagudo tema de la desaparición de un ser querido. La muerte del padre reúne a la familia. Les dejo con un verso: “A mis hermanas la menstruación se les cortó de golpe en las entrañas.” Yo he sentido, exceptuando la menstruación, algo similar leyendo estas nanas negras. Pedro Andreu firma como juglar en paro. Espero que no dure. Pedro Andreu sigue padeciendo esa enfermedad crónica llamada poesía. Espero que no se cure. JOSÉ VIDAL VALICOURT
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