¿Qué significa ser «un hombre muerto en vida»?
Para Lawrence, la vida era una oleada, ingobernable, imprevisible y en constante cambio. Todo lo que impedía el cambio, es decir, lo acabado, lo definido, lo categorizado, lo absoluto, iba en contra de la vida. De manera que toda rutina, todo plan, todo sistema ordenado era una especie de muerte en vida. Aquí subyace una idea no expresada, pero clara, de que la naturaleza y lo natural son auténticos, mientras que la civilización no lo es, y la obligación de la cultura es, por tanto, penetrar lo no auténtico de modo que los seres humanos puedan vivir auténticamente o, como Lawrence formuló, «estar vivos».
Lawrence no era el único que pensaba así: en las primeras décadas del siglo pasado florecían ideas sobre el ser humano no auténtico, en una época en que nuestra civilización se consideraba algo que inhibía y oprimía la vida. Esta idea es una de las que explican que, en el verano de 1914, la Primera Guerra Mundial fuera recibida con júbilo y entusiasmo casi unánimes: con la guerra se abría paso la vida auténtica.
Fue esa misma idea de lo auténtico y lo genuino, la sangre, el bosque, la tierra, la que después absorbió el nazismo, razón por la que Bertrand Russell escribió que la «filosofía mística de Lawrence sobre la sangre condujo directamente a Auschwitz».