Me tienes en tus manos

Sólo una tonta podía dedicar su vida a la soledad y al amor.

Lo esperé todo de los hombres y todo lo obtuve. Sólo de mí no he sacado nada: en esto me parezco a las tumbas.

Hay dos clases de poetas modernos: aquellos, sutiles y profundos, que adivinan la esencia de las cosas y escriben:
“Lucero, luz cero, luz Eros, la garganta de la luz pare colores coleros”, etcétera, y aquellos que se tropiezan con una piedra y dicen “pinche piedra”.

Recoge mi cabeza. Guarda el brazo

con que amé tu cintura. No me dejes

en medio de tu sangre en esa toalla.

11

Soy una cicatriz que ya no existe,

un beso ya lavado por el tiempo,

un amor y otro amor que ya enterraste.

Pero estás en mis manos y me tienes

y en tus manos estoy, brasa, ceniza,

para secar tus lágrimas que lloro

Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia —se agita y crece— cuando Dios se aleja.

hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.

A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho —frente al ataque de los antibióticos— ¡bacterias mutantes!

Cuando tengas ganas de morirte

no alborotes tanto: muérete

y ya.

Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.