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George Steiner

George Steiner en The New Yorker

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«George Steiner no sólo ha sido uno de los críticos más eruditos y reflexivos que jamás hayan publicado en The New Yorker; ha sido, dentro del ámbito de sus intereses, uno de los más generosos.»

John Updike

Entre 1967 y 1997, George Steiner escribió para The New Yorker más de 150 artículos y reseñas sobre gran variedad de asuntos, haciendo que ideas difíciles y temas poco familiares resultaran atrayentes no sólo para los intelectuales, sino también para el «gran público». A Steiner le interesan tanto la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial, el búnker de Hitler y el mundo caballeresco como Céline, Bernhard, Cioran, Beckett, Borges, Chomsky, Brecht o el historiador-espía Anthony Blunt. En estos artículos sorprendentes por su vívida sencillez, así como profundamente instructivos por su dominio de campos muy diferentes, Steiner nos ofrece una guía ideal que abarca desde la literatura del Gulag o la enorme importancia de George Orwell hasta la historia del ajedrez.
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436 trycksidor
Ursprunglig publicering
2012
Utgivningsår
2012
Förlag
Siruela
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Citat

  • b7290150166har citerati fjol
    Traducción: María Con‍
  • Talia Garzahar citeratför 2 år sedan
    Ella le ha quitado su fuerza a Sansón; tiene su fuerza, pero sigue temiéndole y le odiará mientras recuerde ese cegamiento, y siempre lo recordará para odiarle.
  • Talia Garzahar citeratför 2 år sedan
    He vivido en esta rebelión continua. Y mi pena por los seres cercanos y queridos que he perdido en el transcurso del tiempo no ha sido menor que la de Gilgamesh por su amigo Enkidu; al menos yo tengo una cosa, una sola cosa, que me hace superior al hombre-león: me importa la vida de todos los seres humanos y no sólo la de mi vecino.
    El segundo gran descubrimiento fue más picante. Canetti encontró en Aristófanes una pista vital: «La poderosa y consistente manera en que cada una de sus comedias está dominada por una idea sorprendentemente fundamental, de la que se deriva». Esa idea, concluía Canetti, debía ser siempre de un orden público y, en un sentido más profundo, político. Una imaginación radical tiene que desbordar la esfera privada. ¿Y acaso había algo más aristofanesco que el espectáculo de la vida alemana dominada por la disolución fiscal, social y erótica?
    El supremo analista de esta disolución actuaba en Viena. Con la distancia se va haciendo cada vez más evidente que, en este siglo, hay

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