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Böcker
Iván Turguenev

Diario de un hombre superfluo

  • Patricia Suárezhar citeratför 5 månader sedan
    El amor es una enfermedad, y no hay ley escrita para la enfermedad.
  • Patricia Suárezhar citeratför 5 månader sedan
    Además, ¿quién dice que solo hay una única verdad auténtica? La mentira es igual de vivaz que la verdad, si no más.
  • Pam Rangelhar citerati fjol
    Pero cuando al fin pasa el encantamiento, el hombre a veces siente y lamenta haber cuidado tan poco de sí mismo en medio de esa felicidad, no haber duplicado sus reflexiones, sus recuerdos, no haber proseguido con su disfrute…, como si el hombre completamente feliz tuviera cuándo hacer esas cosas, ¡si ni se para a meditar sus sentimientos
  • Ivan Pizañahar citeratför 2 månader sedan
    Sé que esos recuerdos son tristes e insignificantes, pero no tengo otros
  • Ivan Pizañahar citeratför 2 månader sedan
    La vida se aleja, regular y tranquilamente se va apartando de mí, igual que la orilla se aleja en la mirada de los hombres de mar.
  • Ivan Pizañahar citeratför 2 månader sedan
    El zorrillo no era lo único que hurgaba en mis entrañas: los celos, la envidia, la sensación de ser insignificante y la cólera impotente me desgarraban
  • Ivan Pizañahar citeratför 2 månader sedan
    La desdicha de los solitarios y tímidos —tímidos debido a su amor propio— consiste precisamente en que, aun teniendo ojos e incluso abriéndolos muchísimo, no llegan a ver nada o ven todo bajo una luz equivocada, como a través de unas lentes tintadas. Sus propias ideas y observaciones les obstaculizan cada paso.
  • Ivan Pizañahar citeratför 2 månader sedan
    No le puse reparos a la felicidad, incluso me esforcé en acercarme a ella por la izquierda y por la derecha…
  • Ivan Pizañahar citeratför 2 månader sedan
    Para eso son los niños, para que los padres no se aburran.
  • Oswaldo Javier Valerdi Larahar citeratför 4 månader sedan
    La inclinación heroica que había desarrollado repentinamente no desapareció hasta el final de la mazurca, pero ya no dije más sutilezas ni critiquicé, solo a ratos lanzaba miradas hurañas y severas a mi dama, quien, por lo visto, había empezado a tenerme miedo, pues tartamudeaba muchísimo y pestañeaba sin cesar mientras la llevaba bajo la defensa natural de su madre, una mujer muy gruesa con una toca colorada en la cabeza… Tras entregar la asustada muchacha a quien correspondía, me aparté a una ventana, crucé los brazos y empecé a esperar lo siguiente.
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