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Fiódor Dostoyevski

La sumisa

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«Imagínense a un marido que tiene ante sí, sobre la mesa, a su esposa, la cual se ha suicidado arrojándose por la ventana. El marido se encuentra aún aturdido, todavía no ha tenido tiempo de concentrarse. Va y viene por las habitaciones de su casa esforzándose por hacerse cargo de lo ocurrido, por “fijar su pensamiento en un punto”. Además, es un hipocondríaco empedernido, de los que hablan consigo mismo. También en ese momento está hablando solo, cuenta lo sucedido, se lo aclara. A pesar de la aparente trabazón de su discurso, se contradice varias veces a sí mismo, tanto por lo que respecta a la lógica como a los sentimientos. Se justifica, la acusa a ella y se sume en explicaciones tangenciales en las que la vulgaridad de ideas y afectos se junta a la hondura de pensamiento. Poco a poco va aclarando lo ocurrido y concentrando “los pensamientos en un punto”. Varios de los recuerdos evocados le llevan por fin a la verdad, la cual, quiera o no, eleva su entendimiento y su corazón. Al final cambia incluso el tono del relato, si se compara con el desorden del comienzo. El desdichado descubre la verdad bastante clara y de perfiles concretos, por lo menos para sí mismo.» Es así como Dostoyevski se dirige a sus lectores para introducirles «La sumisa», publicada en 1876, uno de los últimos relatos surgidos de la pluma del gran escritor ruso, mientras trabajaba en la que sería su última novela «Los hermanos Karamázov». La publicamos ahora en castellano recuperando la espléndida traducción de Juan Luis Abollado.
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Citat

  • Dimmoisellehar citerati fjol
    Son las dos de la madrugada. Sus zapatitos están junto a la cama, como si la esperaran… En serio, cuando mañana se la lleven, ¿qué va a ser de mí?
  • Dimmoisellehar citerati fjol
    Pareció como si, con aquellas palabras, me dieran una cuchillada en el corazón. Me lo aclararon todo, todo; pero mientras ella estaba a mi lado, ante mis ojos, yo sentía una esperanza irrefrenable y era inmensamente feliz
  • Dimmoisellehar citerati fjol
    La juventud es siempre magnánima, aunque su magnanimidad no se dé más que en pequeñas dosis

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