El ministerio de la felicidad suprema

Tilo se preguntó cómo des-conocer ciertas cosas, ciertas cosas concretas que conocía pero no quería conocer

Quién sabe cuánta separación nos queda por delante al pronunciar la palabra adiós

brazo por encima de la mesa y tomó la mano de Tilo en la suya. No podía saber que intentaba consolar a un edificio que había recibido de lleno la descarga de un rayo. No quedaba demasiado espacio para el consuelo

Era de sí misma de quien estaba cansada. Había perdido la habilidad de mantener la discreción sobre su mundo secreto (una destreza que muchos consideran la clave de la cordura). Su tráfico mental parecía haber dejado de respetar los semáforos. El resultado era un ruido incesante, algunas colisiones importantes y, finalmente, el atasco

Yo no le tengo respeto a ningún líder. Nos han engañado y traicionado. Han construido sus carreras políticas sobre los cadáveres de los cachemires. No tienen ningún plan

Sí. Ellos no quieren que cese el conflicto. No quieren salir de Cachemira. Están más que contentos con la situación actual. Ambos bandos hacen dinero con los jóvenes cachemires muertos. Ellos son los responsables de tantas y tantas explosiones y matanzas

Las letras J y C no representan solo a Cachemira. Representan a Jammu, Cachemira y Ladakh.

Tenían que ver con la forma en que ella vivía dentro de aquel país que era su propia piel. Un país que no expedía visados y parecía no tener consulados.
Es cierto que nunca había sido un país particularmente amigable, incluso en los mejores tiempos. Sus fronteras estaban cerradas, aunque el periodo de aislacionismo, más o menos total, solo comenzó después de la catástrofe ocurrida en el Cine Shiraz.

Es verdad que hicimos –hacemos– algunas cosas terribles en Cachemira, pero... Quiero decir que lo que el ejército paquistaní hizo en Pakistán Oriental, bueno, eso sí fue un claro caso de genocidio.

Lo que tenemos entre manos es un problema de la especie humana. Nadie está exento. Y no hay que olvidar ese otro negocio que ha crecido bastante últimamente. La gente (comunistas, castas, razas e incluso países) exhibe sus tragedias y miserias como trofeos o como mercancía que se vende y se compra en el mercado abierto.