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Edgar Allan Poe

Los misterios de Auguste Dupin, el primer detective

Los tres misterios parisinos de Edgar Allan Poe han pasado a la posteridad como el inicio de un nuevo género literario, el policíaco; y su protagonista, el diletante Chevalier Auguste Dupin, como la encarnación de un nuevo héroe, rara combinación de científico sagaz y dandi excéntrico: el primer detective.
Si en “Los asesinatos de la rue Morgue” (1841) hacen su aparición este genial arquetipo moderno y su ayudante (el anónimo narrador), será en «El misterio de Marie Rogêt” (1842), con su innovadora investigación forense, y en “La carta robada” (1844), de trama depurada y excepcional pintura de personajes, donde Allan Poe lleve al extremo la aplicación de «la ciencia más rigurosa y exacta a las sombras y vaguedades de la especulación más intangible”.
En las tres historias de Dupin asoman los ingredientes inseparables del género: el rigor paradójico del detective, la empatía con la mente criminal, la intriga que resuelve fuera de plano cada detalle innecesario… hasta la presencia de unos policías algo torpes, representantes del orden burgués. Porque estos cuentos también son una radiografía de la ciudad moderna, sus atmósferas misteriosas y su claroscuro social, su ocio reglado y sus enfermedades anímicas. Y de una nueva sugestión democrática: la opinión pública.
Dupin, el primer detective, es el modelo reconocido (y reconocible) de Sherlock Holmes y Hercule Poirot. También de algunos célebres personajes de Dostoievski o Faulkner. Y, en definitiva, de cada pareja de detectives de ficción de la actualidad. No obstante, leídas hoy, el valor de estas tres piezas maestras no reside en lo que anuncian, sino en la radical modernidad y plenitud de su propuesta.
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Ursprunglig publicering
2020
Utgivningsår
2020
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Citat

  • Luis Alberto Barquerahar citeratför 3 år sedan
    La prenda que llevaba debajo del vestido era de suave muselina; y de esta prenda se había arrancado una tira de cuarenta y cinco centímetros de ancho, de forma regular y con gran limpieza. Dicha pieza ceñía el cuello sin apretar, pero estaba asegurada con un nudo fuerte. Sobre esta banda de muselina y la tira de encaje, se hallaban atadas las cintas de un sombrero, que todavía pendía de éstas. El nudo con el que estaban atadas las cintas del sombrero no era el que haría una mujer, sino un nudo de tipo marinero.

    Después del
  • Luis Alberto Barquerahar citeratför 3 år sedan
    Se encontró un trozo de encaje atado tan fuerte alrededor del cuello que quedaba oculto a la vista; estaba completamente incrustado en la carne y asegurado con un nudo que quedaba justo bajo la oreja izquierda. Sólo esto habría bastado para ocasionar la muerte. El informe médico confirmaba confidencialmente la castidad de la víctima, aunque había sido sometida, decía también, a una violencia despiadada. Cuando se encontró, el cuerpo aún estaba en condiciones que permitieron a los allegados reconocerlo sin dificultad.

    La ropa estaba desgarrada y revuelta. Una tira de treinta centímetros de anchura había sido rasgada del vestido, desde el bajo hasta la cintura, pero no se había arrancado. Estaba enrollada tres veces alrededor de la cintura y asegurada con una especie de lazada en la espalda.
  • Luis Alberto Barquerahar citeratför 3 år sedan
    parcialmente abierta. En la muñeca izquierda había dos laceraciones circulares, en apariencia por efecto de unas cuerdas o de una cuerda con varias vueltas. Una parte de la muñeca derecha, además, estaba muy irritada, al igual que la espalda en toda su extensión y, más concretamente, en los omóplatos. Para llevar el cuerpo a la orilla, los pescadores le habían atado una cuerda, pero no fue ésta la que causó las magulladuras. El cuello estaba muy hinchado. No había cortes visibles ni hematomas que pudieran deberse a golpes. Se encontró un trozo de encaje atado tan fuerte alrededor del cuello que quedaba oculto a la

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