Humillados y ofendidos

La amaba de un modo tormentoso

Tú no te has creído todo lo que le he dicho! Lo he advertido en tu semblante. Pero espera y verás si tengo o no tengo razón

las siete en punto de la tarde me presenté en casa de Maslobóiev. Me recibió con los brazos abiertos, profiriendo g

Me estrechó la mano, también con exagerada fuerza, cambió una mirada con Maslobóiev y salió.

–Natasha, eres un ángel, ¡no te llego a la suela del zapato! –exclamó Aliosha, tan entusiasmado como arrepentido–.

–Bueno, bátiushka, eso es lo que yo me figuraba –dijo–.

–Natasha, amor mío, ángel mío, no te enfades conmigo, no quiero que riñamos jamás.

–¡Pretexto! ¡Objetivo! –gritó el anciano–. ¡Mira qué bonito!
–Muy bien, muy bien; ya sé lo que me va a decir. Pero ¿de qué va se

–Estoy hablando yo –le interrumpió Natasha con firmeza–.

–¡No sé si se da cuenta de la gravedad de sus acusaciones! –exclamó el príncipe–.