cuando era universitaria, también bebía por la misma razón que bebía sola a los catorce: echarle alcohol a mi cerebro era como echarle agua al zumo de limón. Todo se diluía y se suavizaba. La chica sobria estaba llena de ansiedad, convencida de que todos a los que quería iban a morir, temerosa de lo que todo el mundo iba a pensar de ella.