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Victoria Schwab

Concilio de sombras

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  • Citlalxochitl Gonzalezhar citeratför 8 månader sedan
    —Pero ¿sin más allá? —refunfuñó el rey— ¿Sin vida eterna? Es antinatural.

    —Al contrario —dijo Kell—. Es la cosa más natural del mundo. La naturaleza está hecha de ciclos y nosotros estamos hechos de naturaleza. Lo que es antinatural es creer en un hombre infalible y en un lugar bonito que nos espera en el cielo.
  • orihar citerati fjol
    —¿Te importaría? —preguntó el rey. Kell frunció el entrecejo. Había cierta hambre en la forma en que George lo pidió. Codicioso.

    —Por supuesto —dijo Kell. Se estiró hacia las velas, sus dedos flotaron sobre ellas antes de continuar más allá hacia un jarrón con fósforos largos. Tomó uno, lo golpeó con un pequeño y ceremonial ademán y encendió las velas.

    George frunció los labios, decepcionado.

    —Siempre estabas deseoso de hacer trucos para mi padre.

    —Su padre era un hombre diferente —dijo Kell, sacudiendo el fósforo para apagarlo.
  • orihar citerati fjol
    Había tenido menos, eso era seguro, pero también había tenido más.
  • orihar citerati fjol
    Los misterios son siempre más interesantes que la verdad.
  • orihar citeratför 2 år sedan
    voz que antes sonaba como Barron ahora lo hacía como Kell
  • orihar citeratför 2 år sedan
    voz que antes sonaba como Barron ahora lo hacía como Kell;
  • c a t hhar citeratför 4 år sedan
    —¿Qué soy? —le había preguntado a Tieren.

    «¿Qué soy?», se había preguntado todas las noches en el mar, todas las noches desde que se encontraba aquí, en esta ciudad, en este mundo.

    Ahora, Lila tragó saliva y pasó el filo del cuchillo a través de su antebrazo. Cortó la piel y surgió una estrecha franja roja, que se derramó. Manchó la pared con su sangre y agarró el trozo de piedra.

    «Sea lo que yo sea», pensó, presionando la mano contra la pared, «que sea suficiente».
  • c a t hhar citeratför 4 år sedan
    Lila sabía lo que tenía que hacer, aunque no tenía idea de si funcionaría. Era una locura intentarlo, pero no tenía opción. Eso no era verdad. La vieja Lila hubiera señalado que siempre había una opción y que ella viviría muchísimo más si optaba por sí misma.

    Pero cuando se trataba de Kell, había una deuda. Un vínculo. Diferente del que amarraba a él y Rhy, pero igual de sólido.
  • c a t hhar citeratför 4 år sedan
    —Tenías razón, antari —dijo, pasando los dedos por el collar de metal—. La magia o es sirviente o es ama.

    Kell luchó contra el marco de metal, las esposas le cortaban las muñecas.

    —¡Holland! —gritó, la palabra hizo eco por la habitación de piedra—. ¡Holland, bastardo, pelea!

    El demonio solo se quedó parado y observó, sus ojos negros, entretenidos, no pestañeaban.

    —¡Muéstrame que no eres débil! —gritó Kell—. ¡Prueba que no sigues siendo esclavo de la voluntad de otro! ¿Realmente regresaste hasta aquí para perder de este modo? ¡Holland!

    Kell se dejó caer contra la estructura metálica, con las muñecas ensangrentadas y la voz ronca, mientras el monstruo se daba vuelta y se iba caminando.

    —Espera, demonio —dijo con voz atragantada Kell, forcejeando contra la oscuridad apremiante, el frío, el eco agonizante del pulso de Rhy.
  • c a t hhar citeratför 4 år sedan
    —Estoy en la cabeza de todos —dijo—. Estoy en todo. Soy tan viejo como la creación misma. Soy vida y muerte y poder. Soy inevitable.

    A Kell le palpitaba el corazón, pero el de Rhy se escurría. Un latido por cada dos. Y luego tres. Y luego…

    La criatura mostró los dientes.

    —Déjame entrar.

    Pero Kell no podía. Pensó en su mundo, en dejar suelta esta criatura en su propia piel. Vio el palacio derrumbándose y el río volviéndose oscuro, vio los cuerpos cayendo en cenizas sobre las calles, el color desangrándose hasta que solo quedó el negro y se vio a sí mismo parado en el centro, justo como lo había hecho en cada pesadilla. Indefenso.

    Le cayeron lágrimas por el rostro.

    No podía. No podía hacer eso. No podía ser eso.

    «Lo siento, Rhy», pensó, sabiendo que acababa de condenar a ambos.

    —No —dijo en voz alta, la palabra le arañó la garganta.
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