es
Böcker
Colin Higgins

Harold y Maude

  • Dianela Villicaña Denahar citerati fjol
    —¿Quién es el familiar más próximo? —preguntó la estudiante de enfermería, con el bolígrafo a punto.
    —La humanidad —gritó alegremente Maude mientras cruzaba las puertas batientes—. Adiós, Harold —dijo, blandiendo la margarita—. Voy a probar una experiencia nueva. —Y las puertas se cerraron al paso de la camilla
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    Ay, Harold, no te angusties tanto.
    —Es verdad. No puedo vivir sin ti.
    Maude le acarició la mano.
    —Esto también pasará.
    —¡Nunca! ¡Nunca! Nunca te olvidaré. Quería casarme contigo. Iba a pedírtelo esta noche. ¿No lo entiendes? Te quiero. Te quiero.
    —Eso es maravilloso, Harold. Sigue queriendo a otras
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    Pero, Harold, empezamos a morir el mismo día que nacemos. ¿Qué tiene de extraño la muerte? No es ninguna sorpresa. Es parte de la vida. Es cambio
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    Un momento —añadió. Y fue corriendo al dormitorio—. Yo también tengo una sorpresa para ti. —Volvió con una cajita—. ¡Qué divertidos son los cumpleaños! Siempre los he visto como un nuevo comienzo: ¡otro año de aventuras!
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    Y ¿crees que eso es amor? Eso no es amor. ¡Eso es una obsesión geriátrica! ¿
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    No cabe duda, Harold —dijo el psiquiatra, reclinándose en su butaca—, de que esta boda inminente añade un nuevo capítulo a un caso ya de por sí fascinante. Creo que, si lo analizamos, encontrarás una sencilla explicación freudiana a tu apego romántico por esa mujer mayor. Se conoce como complejo de Edipo y es un síndrome muy común, particularmente en esta sociedad: consiste en que el hijo varón tiene el deseo inconsciente de acostarse con su madre. Pero lo que me desconcierta, Harold, es que quieras acostarte con tu abuela
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    Harold —dijo, sentado en su despacho, enfrente de su sobrino—. Tu madre me ha contado que quieres casarte, y aunque normalmente no tengo nada en contra del matrimonio me parece que este no es del todo normal. Helen dice que tu prometida tiene ochenta años. Bueno, yo diría que, incluso para un lego en la materia, esa no es una relación normal. En realidad, ¡maldita sea!, es intolerable. No tengo intención de recordarte el desagradable incidente de ayer. Creo que será mejor que lo olvidemos. Sin embargo, conociendo esas inclinaciones tan peculiares que tienes, me parece lo más prudente que te quedes en casa y no incurras en ninguna actividad de interés periodístico. Este matrimonio atraería mucha atención, y, en mi opinión, Harold, no necesitas una mujer. Necesitas una enfermera
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    Ay, Harold! —suspiró Maude, acariciándole el pelo—. Eres muy joven. ¿Qué te han enseñado? —Se secó las lágrimas de las mejillas—. Sí. Lloro. Lloro por ti. Lloro por esto. Lloro por la belleza… de una puesta de sol o una gaviota. Lloro cuando un hombre tortura a su hermano…, cuando se arrepiente y pide perdón…, cuando se le niega el perdón… y cuando se le concede. Nos reímos. Lloramos. Son dos rasgos humanos únicos. Y lo más importante en la vida, mi querido Harold, es no tener miedo de ser humano
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    Me estaba acordando de lo importante que era esto para mí —dijo, despacio—. Fue después de la guerra… No tenía nada, aparte de mi vida. Qué distinto era todo entonces. Y, al mismo tiempo, qué poco ha cambiado
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    Almizcle de yak —dijo Maude—, aunque no creo que sea su nombre comercial. Lo llaman Fragancia del Himalaya o algo por el estilo. El Deleite del Dalái Lama. Supongo que eso suena más bonito
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