En un tranquilo día de invierno, a principios del año 1564, el joven René de Veaux, que acababa de cumplir los dieciséis años, salió del querido viejo castillo donde había pasado su feliz y descuidada niñez y partió hacia París. Menos de un mes antes, tanto su noble padre como su gentil madre le habían sido arrebatados por una terrible fiebre que había arrasado el país, y Réné, su único hijo, quedó sin pariente en el mundo excepto su tío el Chevalier René de Laudonnière, después de quien fue nombrado. En aquellos días de tediosos viajes parecía un tiempo agotador para el muchacho solitario antes de que el mensajero que había ido a París con una carta diciendo a su tío de su triste posición podría regresar. Cuando por fin volvió, traía un amable mensaje que le ordenaba que viniera de inmediato a París y fuese hijo de su tío igualmente solitario, Réné no perdió tiempo en obedecer.
