Por Dios, echo de menos mis días de instituto, cuando podía abrir un cuaderno por una página en blanco y ver posibilidades, en lugar de frustración. Cuando disfrutaba de verdad al concatenar palabras y frases solo para ver cómo sonaban. Cuando escribir era un acto de pura imaginación con el que viajaba a otro lugar, con el que creaba algo que era solo para mí.