La vieja monja movía sus ojos claros y alegres, como si se encontrase en un jardín lleno de salud, y respondía a las alabanzas con las frases usuales, llenas de modestia y de amor al prójimo, pero naturales, porque todo debía ser muy natural para ella; no debía tener ninguna duda desde el momento en que había elegido, de una vez por todas, vivir para ellos.