«Ya sé que somos el pueblo elegido –reza otra clásica observación de Shólem Aléijem–, pero Dios, ¿no podrías elegir a algún otro, para variar?». Por su parte, Woody Allen creó una especie de nuevo credo, el ateísmo del inepto: «¿Cómo puedo creer en Dios cuando, tan solo la semana pasada, me pillé la lengua con el rodillo de una máquina de escribir eléctrica?». Y por si fuera poco sacrilegio: «No solo no hay Dios, sino que vete a conseguir un fontanero en los fines de semana».