Me deshice del espacio que nos separaba y cubrí mis labios con los tuyos. No era un desliz. No era tampoco un error del que pudiera arrepentirme después. Era un gesto premeditado, un plan para quedarme con tu sabor en la lengua, para saber qué se sentía al besarte de verdad. Y tú correspondiste. En el momento en el que lo hiciste, en el que suspiraste y acercaste más tu cuerpo y me besaste de vuelta, supe que estaba perdido.