Brothersong. La canción de los hermanos

Pensé que eso significaba ser hijo: creer en alguien con tanta fuerza que no ves sus fallas hasta el día en que son visibles.

Una vez me dijo que las decisiones difíciles debían tomarse con la cabeza fría. Era la única manera de asegurarse de que fueran las correctas.

–No –ladré–. No, no, no. –Mi padre retrocedió lentamente y me llevé a mi hermano.

–Ey, Joe, mira a los pájaros –dije.

–Ey, Joe, mira ese insecto –dije.

–Ey, Joe, ¿tienes hambre? –dije.

–Ey, Joe, ¿quieres oír un chiste? –dije.

–Ey, Joe, por favor, ¿podrías decir mi nombre? –dije.

Pero Joe nunca habló.

No puedes formar rojo sin naranja. ¿Lo entienden?

–Y pienso en él todo el tiempo –le expliqué–. Cuando estoy triste o enojado, pienso en él y me siento mejor. Eso es lo que hacen los lazos, ¿no? Te hacen feliz. Kelly me hace feliz.

Una vez, mi mamá se sentó en la mesa de la cocina, con papeles extendidos delante de ella. Eran para el divorcio y no lo supe entonces. La vi firmar una y otra vez, y cuando terminó, alzó la mirada y recuerdo lo brillante que estaba. Como si se hubiera transformado. Dijo: “eso es todo” y fue tan profundo, aunque no comprendí cuánto. No entonces. Ahora sí. Tres palabras. Eso es todo. Después bailamos. Fue un buen día.

–Eso es todo. –Estrujé su mano.

–Exactamente. –Sonrió–. Sabía que lo comprenderías.

–¡Gordo! Asegúrate de que Robbie no toque el combustible, me gustan sus cejas como están.

Robbie alzó las manos al aire derrotado

Robbie y Kelly estaban frente a la parrilla pretendiendo que sabían lo que estaban haciendo. Robbie empujó sus gafas sobre su nariz y lució aliviado cuando Gordo y Mark se pararon entre ellos y les dijeron en términos claros que Robbie no tenía permitido estar cerca del fuego en ningún momento

Lo miré maravillado.

–Esto… –dije.

–Esto –repitió.

Lo besé con todo lo que tenía. Gruñó sorprendido, pero luego se rio, rio, rio contra mi boca y lo asimilé, lo hice parte de mí. Era frenético, era real y era mío

–Es grande –susurró–. Es importante. Y es mío porque tú me lo diste. Una vez te pregunté qué querías. ¿Recuerdas lo que me dijiste?

Mi piel vibró.

–Dije que quería sentir que estaba despierto.

Asintió.

–Así me siento ahora. Estoy despierto por ti. Y un nombre es un nombre es un nombre. Ahora lo tengo. Sé quién soy.

–¿Y quién eres?

Giró la tarjeta de plástico. Era una licencia de conducir, algo pequeño en perspectiva.

Estaba frunciendo el ceño en la fotografía. Por supuesto.

Pero eso no era lo importante.

Lo único que importaba era el nombre en letras negras.

Gavin Walsh Bennett.