Las paradojas de los estoicos

el temor que procede de la conciencia de los errores, que es una servidumbre tan desgraciada como dura

si no podemos modelar el curso de los acontecimientos, sí podemos controlar el curso de los espíritus.

Una sola es la virtud: la que está de acuerdo con la razón y es constante; nada se le puede añadir para que sea más virtud; nada se le puede restar si es que permanece el nombre de virtud.

La muerte es terrible para quienes lo pierden todo al perder la vida, no para aquellos cuya gloria no puede morir;

Nadie puede dejar de ser totalmente feliz si depende para todo de sí mismo y si lo pone todo solo en sí mismo; sin embargo, aquel cuya esperanza entera, y sus cálculos y proyectos penden de la fortuna, no puede tener nada seguro, y no podrá conservar ni un solo día nada de lo ya conseguido

la búsqueda del placer animaliza al hombre; no lo hace mejor, ni digno de gloria.

Él consideraba que las cosas que nosotros llamamos bienes eran caprichos de la fortuna, no cosas suyas.

¿Qué es entonces el bien?, puede preguntar alguien. Si lo que se hace recta y honradamente y con virtud se dice que se hace bien, entonces, lo que es recto y honrado y virtuoso, eso y solo eso pienso que es el bien

Catón, en cambio, perfecto estoico en mi opinión, no solo piensa cosas que difícilmente aprueba el vulgo, sino que está en una doctrina que no emplea ningún adorno del discurso ni amplía la argumentación (y) hace valer sus propuestas a base de interrogaciones brevísimas, como punzadas.

Como es sabido, Cicerón murió en un asalto a traición cuando se dirigía en litera hacia la costa, intentando escapar de los partidarios de Marco Antonio, entre los que se contaba Bruto, el destinatario del escrito que presentamos

En la literatura más próxima, el campeón de la paradoja es el británico G. K. Chesterton, que encarna lo paradójico en su personaje preferido: el padre Brown,