El destino de la corona

Pero a veces el destino tira con tanta fuerza que uno lo sigue sin tener en cuenta las consecuencias.

Vika no se permitiría caer en los brazos de ningún otro sólo porque los tuviese abiertos

¿Significaba por fin su amor algo para él? ¿O simplemente había sido abandonado por todos los demás?

Era Nikolái. Tenía que ser él. Estaba tratando de alcanzarla para compartir la magia de nuevo, para liberarse del banco. Lo sabía igual que se conocía a sí misma, porque ahora podía sentirle al otro lado de su cordón invisible, tirando aun sin querer, ligado a ella porque eran el sol y la luna, siempre juntos aunque siempre separados.

«¿Cómo voy a poder caminar por la estepa como si fuera un lugar cualquiera?». Su corazón taconeó al ritmo de una mazurca, dolorosamente consciente de la equivocación de cada movimiento en solitario sin Nikolái como compañero.

«Soy el cielo. Soy el viento. Soy libertad desen-cadenada».

A Nikolái le resultaba difícil saber qué era peor: que todavía quisiese a Pasha o que aún se sintiese traicionado.

«Dilo —pidió mentalmente—. Di que quieres ayudarme porque quieres que vuelva, no porque Pasha me necesite. Porque me necesitas tú».

—Ahora de verdad me gustaría tener una segunda oportunidad —confesó.