suerte de ejercicio espiritual: es como si la conciencia volviese a ser bicameral, o como si se pudiera hablar con un superego, o con un «sí mismo» casi psicoanalítico. Una parte de Marco Aurelio le habla a la otra: una parte elevada parece llevar un claro magisterio, mientras la otra representa al hombre mundano que a menudo yerra y se deja llevar por impulsos básicos. Hay, en todo caso, un «yo» normativo frente al «yo» que vive y obra en el ámbito de la experiencia: así lo consideran muchos comentaristas, desde Hadot a Gill8. Quizá sea la voz personificada del principio rector o del demon, genio o duende interior socrático: ¡cuán importante es Sócrates para estas Meditaciones! Muy significativos son también los temas que recuerdan al posterior cristianismo, aunque el tema del error —la hamartía, término que luego se ha utilizado para referirse al pecado— tenga larga tradición y ecos que resuenan desde la tragedia griega. En la insistencia en perdonar a los que yerran, comprender al prójimo, disculpar su ignorancia cuando comete una maldad, amarlo pese a todo, etcétera, no se puede evitar un recuerdo a la mentalidad de esos primeros cristianos que ya van tomando fuerza y a los que tal vez Marco tuvo en mente en alguna ocasión: hubo, de hecho, algunas persecuciones importantes en su tiempo sobre cuya responsabilidad imperial hay un largo debate.