Lo que no tiene nombre

Dicen que así como el dolor físico extremo puede hacer perder conciencia del espíritu, así el dolor espiritual puede hacer que olvidemos el sufrimiento del cuerpo.

Y yo no sé, oyendo todas estas palabras, qué me duele más, si el mundo sin Daniel o Daniel sin el mundo.

Pero ningún amor es útil para aquel que ha decidido matarse.

¿De qué tamaño es el dolor del que se despide de sí mismo?

La fotografía, qué paradoja, recupera y mata.

Miedo a su

propia potencia y al reconocimiento, que lo

comprometía con un talento que no estaba seguro

de poseer. Que tendía a castigarse, a demeritarse,

a minimizar el reconocimiento que otros le hacían

y decirle al oído que su opción fue legítima, que es

mejor la muerte a una vida indigna atravesada por

el terror de saber que el yo, que es todo lo que

somos, está habitado por otro.

el dolor se apacigua al ser compartido con otros.

Y nunca palabras tan precisas me han sonado tan irreales.

Dani, Dani querido. Me preguntaste alguna vez si te ayudaría a llegar al final. Nunca lo dije en voz alta, pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer. Ahora, pues, he tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme.