Las palabras justas

Tal vez deberíamos preocuparnos menos por la elegancia en el vestir y más por la elegancia de nuestras ideas

Amamos siempre igual, desde la infancia hasta la muerte. De todas las cosas que podemos modificar de nosotros mismos, la forma de querer es la más difícil.

Para un niño, sus ojos también son sus manos y su boca, como para los enamorados.

En el amor no se contraen deudas, todo lo que se da, se da a fondo perdido.

Conseguí que mi madre me quisiese a base de empeño, talento, dedicación, inteligencia, estilo, belleza, elegancia, obediencia, esfuerzo. No sé si mi hermano lo consiguió. Y, sin embargo, hubiese dado la vida por cualquiera de los dos y era una de las personas más inteligentes, generosas, vitales y sensibles que he conocido. Pero ninguna de esas cualidades garantiza que una vaya a ser una buena madre. Mi madre tampoco se sintió querida

me da más miedo dejar de leer que dejar de hacer el amor.

El mundo se divide entre los hombres que quieren salir en mis libros y los que no.

Ser enamoradiza debería ser el octavo pecado capital, me ha hecho perder mucho más tiempo que los otros siete juntos.

La inteligencia es tan intransigente, solo los años y la buena suerte la temperan, si no envejece y se vuelve cruel, amarga y vengativa como una bruja de nariz ganchuda.

La elegancia que requiere el más mínimo esfuerzo no es elegancia.