Una crónica excepcional de la época, escrita por una mujer, son las Memorias de Concepción Lombardo de Miramón, quien relata cómo a pesar de la inestabilidad política y social en que vivía el país, con sublevaciones, guerras, intervenciones y cambios constantes en el poder, la vida seguía su curso. La gente se casaba y tenía hijos, iba a misa y a hacer compras y visitas, había fiestas y paseos. Mientras los soldados “se batían desde las torres, las azoteas y las calles” y el populacho “saqueaba negocios y casas”, la gente seguía asistiendo al teatro, bailes, desfiles, clases de canto y de equitación.