Será posible, se pregunta él, que en Venecia haya más madonas que mujeres vivas? Quién sabe cuántos venecianos hay pintados, esculpidos, tallados en marfil o repujados en plata. E imagínate, piensa el viajero, solo porque está muy cansado, que un día todos ellos se subleven al unísono y abandonen sus marcos, nichos, predelas, pedestales, tapices, aleros, para expulsar a los japoneses, americanos y alemanes de las góndolas, ocupar los restaurantes y exigir al fin, esgrimiendo sus espadas y escudos, sus mantos púrpuras y coronas, sus tridentes y alas, el salario que les corresponde por diez siglos de leal servicio.