Los colores del adiós

¿Qué es lo que perdura, qué es lo que importa si los años pasan volando con tanta facilidad?

Nunca en la vida había vuelto a sentirse tan ligero y libre como entonces. No solo porque ella no esperaba nada de él, ni un reencuentro cierto día a cierta hora, ni le pedía que se quedara a su lado, que se divorciara y se casara con ella. Era como si los encuentros, el tiempo juntos, las caricias y los abrazos hubieran abolido la fuerza de la gravedad.

Ella le había aligerado el adiós, la ruptura, igual que había hecho ligero el tiempo que pasaron juntos.

Hablaban a gritos, como si quisieran compensar que no tenían nada más que decir en la vida.

En todo caso, sí fueron rupturas a las que se vio obligado y que Chris tal vez solo superó dejando atrás con determinación aquello de lo que tenía que despedirse. Mientras iba aprendiendo a vivir entre rupturas.

Su escritura era una huida, lo sabía, como sabía también que si resistía la vida era solamente porque huía de ella.

Estaba triste. Era una tristeza fruto de la inutilidad. No era por lo que habían vivido y perdido, sino por lo que no habían vivido y tampoco habrían vivido si su hermano no se hubiera quitado la vida.

La memoria es un río que, una vez que hemos puesto en el agua el barquito de los recuerdos, lo arrastra y se lo lleva lejos y más lejos.

Ya habían asomado por la noche, no como imágenes ni historias del pasado, sino en forma de miedo a perderse.

–La muerte es fría y el frío cansa.