Me gustaría poder decirle que pienso en ella cada día de mi vida, que su muerte me sigue pareciendo lo más estúpido y doloroso del universo. Que si ese domingo el ritmo de los acontecimientos hubiese sido un poco más lento, la vida habría sido mucho más amable. Que su ausencia es abrumadora, un descubrimiento intolerable cada mañana, cuando me despierto y me acuerdo de que ella no está en este mundo. Que si la olvidé un poco fue porque necesitaba seguir viviendo, que si no la recordé en voz alta fue porque no pude: que tuve que despegarme esa costra que me adhería a su muerte. Me gustaría decirle que yo necesito seguir acá, durando.
Me gustaría pedirle que me perdone por haberla dejado ir, porque no supe qué otra cosa hacer. Que a pesar de todo, tuve que afianzarme en el corazón de la vida.