La cabeza de mi padre

invención de la soledad de Paul Auster

Escribe, dice la voz del inquilino que me habita y que me regala distancia para mirar a través de ella.

la vida es sueño, la muerte también. Por qué habría de ser diferente.

Quién sabe si alguien pueda escribir el principio de alguna cosa.

Sonrío cuando leo “Siete cosas que hacer en Lázaro Cárdenas, Michocán” en las páginas web de turismo mexicano.
Puedo listar perfectamente las siete cosas que hacer en esa zona que además es frontera con Guerrero. Aquí van: la primera es sobrevivir a la pobreza, la segunda es sobrevivir al hambre, la tercera es sobrevivir a la falta de servicios de salud, la cuarta es sobrevivir a la falta de oportunidades, la quinta es sobrevivir a la guerra criminal por el control del aguacate, la sexta es sobrevivir a la falta de educación, la séptima es sobrevivir al narco.

Así que vine a La Mira porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Porfirio Murillo.
Quería evitar el referente pero no tiene caso, me atrevo a decir que en este país todos somos hijos de Pedro Páramo.

Los autoproclamados pastores o ministros de culto eran sádicos, autoritarios, abusivos, narcisos de manual, convencidos de su grandeza sin mayor razón que la fe en sí mismos antes que en el Dios que predicaban

Hijos que buscan a sus padres.

Hijas que reconstruyen la muerte por ellos.

Quienes viven cerca de una persona con un trastorno de ansiedad saben que a veces nos ganan los demonios; nuestros vínculos pueden transitar por una larga ruta de perdones y disculpas que vamos ofreciendo a los que amamos cada vez que se nos salen las voces del trastorno.

Quienes viven cerca de una persona con un trastorno de ansiedad saben que a veces nos ganan los demonios; nuestros vínculos pueden transitar por una larga ruta de perdones y disculpas que vamos ofreciendo a los que amamos cada vez que se nos salen las voces del trastorno.