Atul Gawande

Ahora estamos hablando más sobre lo que quieren los pacientes para el final de su vida, con diferencia, de lo que habían hablado durante toda su vida», decía mi amiga. «El problema es que es demasiado tarde.»

A mi juicio, se ha puesto demasiado de moda considerar la aceptación de la muerte como algo equivalente a la dignidad intrínseca», escribía Gould en su ensayo de 1985. «Por supuesto, estoy de acuerdo con el predicador del Eclesiastés en que hay un tiempo para amar y un tiempo para morir –y cuando llegue mi hora espero afrontar el final con tranquilidad y a mi manera–. Sin embargo, para la mayoría de las situaciones prefiero adoptar un punto de vista más marcial, donde la muerte es el enemigo por antonomasia –y no encuentro nada que reprochar a quienes se rebelan enérgicamente contra el hecho de que se apague la luz.»

Los países de mis interlocutores estaban cambiando. Cinco de las diez economías que están creciendo más deprisa en el mundo están en África

En teoría, una persona debería tomar decisiones a vida o muerte de una forma analítica, basándose en los hechos. Pero los hechos estaban cuajados de huecos y de incertidumbres. El tumor era raro

Su neurocirujano y él sabían lo que estaba por llegar. Pero también sabían lo que le importaba a mi padre, de modo que a ninguno de los dos se le ocurría mencionar la cuestión. Recuerdo que pensé que ésa era exactamente la forma en que yo tenía que tomar las decisiones con mis propios pacientes –la forma en que deberíamos hacerlo todos los profesionales de la medicina

La tarea de los pacientes consiste en aportar las decisiones. Ésa es la actitud cada vez más habitual entre los médicos, y nos lleva a especializarnos cada vez más. Sabemos cada vez menos sobre nuestros pacientes pero cada vez más sobre nuestra ciencia. En general, este tipo de relación puede funcionar muy bien, sobre todo cuando las opciones están claras, cuando los pros y los contras son simples y la gente tiene unas preferencias bien definidas

Sólo entonces empecé a darme cuenta de que asumir la finitud del tiempo de que disponemos puede ser un regalo. Una vez que a mi padre le comunicaron su diagnóstico, al principio siguió con su vida cotidiana como siempre –su trabajo clínico, sus proyectos benéficos, sus partidos de tenis tres veces por semana–, pero la repentina conciencia de la fragilidad de su vida redujo el ámbito de su interés y modificó sus deseos, tal y como pronosticaba el estudio de Laura Carstensen sobre los puntos de vista

Entonces me di cuenta de que mi padre ya nos había dicho lo que teníamos que hacer, igual que lo había hecho el padre de Susan Block. A mi padre le daba más miedo quedarse tetrapléjico que morirse. Por consiguiente, le pregunté a Benzel cuál de las dos opciones conllevaba un mayor riesgo de que mi padre se quedara tetrapléjico durante los meses siguientes: parar o seguir. Parar, me contestó. Le dijimos que continuara con la operación

Sin embargo, las decisiones nunca cesan. La vida está hecha de decisiones, y son incesantes. En cuanto uno ha tomado una decisión, ya tiene que afrontar la siguiente

La mayoría de los médicos no tienen en cuenta que es posible cometer errores igual de horribles en la otra dirección –que hacer demasiado podría resultar no menos devastador para la vida de una persona