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Daryl Gregory

  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    libro, grueso a pesar de que las páginas eran de papel cebolla, contenía veintidós años de la vida de Esther, contados por Russell Birch y luego, tras la muerte de Russell, por su hijo menor, Morgan, que por entonces era ya un hombre realmente viejo. Era lo más delicioso que hubiera leído jamás y eso que pensaba que no había nada mejor que Nancy Drew... Días después de la comunión, los pensamientos sobre Dios se habían desvanecido ya de su mente, pero cada vez que leía el Libro de Esther era como si volviera a arrastrarse a esa cueva
  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    otro lado, una luz tenue iluminaba varias filas de bancos de iglesia, cuatro a cada lado de un pasillo central. Había ido a una iglesia una vez, con un profesor que se había apiadado de ella porque su papá se negaba a pisar una. Pero allí donde debería haber estado el altar, había una tarima ancha y vacía, con una especie de alfombra negra descentrada. La única ventana de la iglesia era una pequeña abertura cuadrada en lo alto de la pared posterior.
    ¿Dónde estaba la cruz? ¿No se suponía que tendría que haber una cruz?
  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    Encima de ella, un brillo como la luz de la luna en un plato de porcelana. Alargó la mano hacia ese resplandor, aunque no sabía a qué distancia se encontraba, y entonces se quedó paralizada.
    La superficie, pálida y lisa, formaba parte de algo muy grande. Apenas atisbaba a verlo y no era capaz de distinguir su forma, pero lo sentía. La presencia se cernió sobre ella, mirándola, escuchándola; cada aliento, un rugido
  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    Papá y ella nunca habían sabido qué hacer el uno con el otro. Él no sabía hablar con ella, y ella nunca había encontrado la forma de hacerlo salir de su caparazón. Papá se pasó una mano por la mandíbula
  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    La familia de tu mamá... —empezó a decir, pero entonces volvió la mirada hacia la casa y pareció cambiar de opinión. Su abuela estaba de pie en el porche, con los brazos en jarras, observándolos—. Motty cuidará bien de ti. Lleva muchísimo tiempo esperándote
  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    Más tarde, siempre que pensaba en aquel día, lo que más la estremecía no era la criatura de la cueva. Debería haberle dado un susto de muerte, desde luego que sí, y el hecho de que no lo hiciera le producía una extrañeza sobre la que estaría reflexionando durante años. Lo que sí le dio escalofríos, en cambio, fue la frialdad de su padre. Aunque seguía de pie frente a ella, hacía ya tiempo que su papá se había ido
  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    Quiso pegarle un puñetazo, solo para despertarlo. Pero su cuerpo la traicionó. Fue hasta él y lo abrazó. Ella no tenía ni voz ni voto en la decisión. Al cabo de un rato, él le apartó los brazos de la cintura
  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    bastaba con exagerar el acento de pueblo para meterse en el bolsillo a aquellos chicos, que no se cansaban de ver a una muchacha paleta que destilaba whisky del bueno, salido directamente del alambique del tío Dan
  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    Si se sentara con esos clientes medio borrachos y empezara a contar historias del tío Dan, desde luego que sería perfecto para el negocio. A los sureños blancos les perdía la nostalgia, incluso la inventada. Les encantaban las historias de campesinos, gente auténtica e irreprochable que corría descalza por los valles y vivía la vida como estaba mandado. Ninguno de ellos se consideraba un paleto, pero les gustaba saber que los había por ahí, como con los búfalos
  • Dianela Villicaña Denahar citeratför 7 månader sedan
    Sus clientes pensaban que Stella era una contrabandista como Alfonse, que se dedicaba a la venta del licor que destilaba el misterioso tío Dan. Su secreto, que guardaba por razones profesionales, era que la única destiladora era ella, con alguna ayuda puntual de Hump Cornette. Hump no era el empleado más brillante del mundo, pero se trataba de un chico leal que se moría por complacerla
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