Lucía Cirmi Obón

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    En una economía que sostiene la vida, se organizan la producción, la reproducción y los intercambios para que todas las formas de vida se reproduzcan y perduren en las mejores condiciones, con justicia e igualdad
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    Con el objetivo de maximizar la producción, la economía, la teoría y la práctica terminaron por minimizar constantemente la esfera de la reproducción social, del cuidado, del ocio, de la cuestión social. Es decir, se transformó la producción en el fin último y la reproducción social en la variable de ajuste.
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    Una tercera consecuencia evidente tiene que ver con que si hay personas que están y van a estar siempre fuera del mercado por realizar tareas de cuidado, entonces no existe un mundo donde el mercado pueda distribuir automáticamente los recursos a todos los que lo necesiten, ya que siempre va a haber que redistribuir recursos de la esfera productiva a la reproductiva.
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    Una primera referencia obligada fue el reclamo de las feministas marxistas italianas de que existiera un salario para las amas de casa y la oposición de las feministas radicales a que las mujeres quedaran «atrapadas en las casas»
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    Federici (2018) identificó también que, una vez en el sistema capitalista, hubo distintas etapas en relación con el uso de la fuerza de trabajo femenina, que fue cambiando también según necesidad. El capitalismo de la Primera Revolución Industrial empleó mujeres, varones y hasta niños, pero ello llegó a poner en jaque la reproducción social: la caída de la tasa de natalidad y el aumento de la mortalidad se volvió un tema preocupante para la época. En respuesta, se inició una nueva etapa con la Segunda Revolución Industrial que la autora llama «patriarcado del salario», que duró desde 1850 hasta 1960, durante el cual la excusa del uso de maquinaria más pesada en las fábricas sirvió para replegar a las mujeres en los hogares y excluirlas del mercado de trabajo. Al mismo tiempo, la sindicalización permitió la adquisición de un mejor salario, un salario «familiar». Es decir, que las mujeres ya no estaban en la industria, pero los hombres podrían ganar lo suficiente como para mantenerlas a ellas. Ello ordenó la afluencia de ingresos monetarios hacia los hogares a través de un «varón proveedor» ahora con más derechos e ingresos y, al mismo tiempo, con un carácter disciplinador. Una tercera etapa inicia desde 1960, cuando dicho sistema se resquebrajó y las mujeres se reincorporaron al trabajo remunerado, sin poder distribuir con los varones o delegar el trabajo doméstico
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    El trabajo de cuidado es difícil de cuantificar. Si yo les preguntara cuánto tiempo pasaron ayer cocinando, limpiando o cuidando de sus peques, ¿podrían decirme con exactitud? Probablemente, no. Está estudiado que tendemos a subregistrar el tiempo que dedicamos a estas tareas. Como no son valoradas socialmente, nuestro cerebro tampoco registra del todo el tiempo que ocupan. Además, solemos hacer varias cosas a la vez, por lo que contabilizar la superposición… ¡se complica
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    Segundo. El trabajo de cuidado implica emociones. En particular el trabajo de cuidado directo hacia otros/as implica sí o sí conectarnos con quien cuidamos, aun cuando estos trabajos no ocurren en el hogar (pensemos en el trabajo en los jardines de infantes, geriátricos, etcétera).
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    Cuarto. El trabajo de cuidado no remunerado es un servicio en el que es imposible asegurar reciprocidad. Cuando vendemos y compramos cosas en el mercado, rige una norma de reciprocidad. Si vendo un bien, recibiré dinero a cambio. Si compro algo, entregaré dinero a cambio de otra cosa. Con el trabajo de cuidado no remunerado, la cosa no es tan sencilla. Una madre puede haber cuidado a su hijo toda su infancia, pero ello no significa necesariamente que él vaya a encargase de ella cuando ella envejezca
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    Quinto. Es un trabajo que trae beneficios para toda la sociedad. En los cuatro puntos anteriores vimos que, como el trabajo de cuidado no se comporta como un bien más de mercado, no puede haber «competencia perfecta» de cuidados porque los cuidados no son del todo comparables. Pero, además, tampoco puede ser un bien estrictamente comercial, porque el cuidado genera «externalidades positivas» para toda la sociedad. Es decir, no se benefician del cuidado sólo quienes lo reciben directamente, sino también la gente que rodea a esas personas bien cuidadas
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    Se dieron cuenta de que los primeros meses y años de un niño son los momentos que cristalizan los roles de género con respecto al cuidado y que la forma en que se organiza una familia en ese momento tiene un impacto a largo plazo en quién va a ser el responsable de la crianza (Sundström y Duvander, 2002, citado en Castro-García y Pazos-Morán 2016, p. 1). Por ejemplo, si sólo la mujer de la familia toma una licencia para cuidar al bebé, esto podría llevar a la idea de que de ahora en adelante ocupará el papel de la cuidadora.
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