Y pues sí, los etéreos —categoría que incluye a los fantasmas, seres de luz, espíritus tenebrosos y todos los demás habitantes de los planos invisibles— son territoriales. Por lo menos los de las casas. Las cuidan mejor que un perro o un sistema de alarma. Pueden salir a la calle, andar en lugares públicos, pero no les es posible entrar a cualquier espacio. Eso lo hacen sólo los Tenebrosos, cuando alguien les abre una de esas puertas que comunican los mundos: objetos mágicos, invocaciones secretas, rituales de iniciación, ciertas plantas y piedras conocidas por las brujas… Los Tenebrosos habitan un espacio más denso que el de los otros fantasmas, más feo; es lo que los vivos que saben de estas cosas llaman “el bajo astral”. Están más cerca de la tierra y por eso pueden cruzar —y lo hacen— con más facilidad, aunque sólo si la persona que los llama o el ambiente al que quieren ir les son afines. Y sí, dan miedo incluso a quienes no pueden verlos sino sólo sentir su presencia. Para quienes sí los ven, son una cosa que no se olvida. No importa qué edad tengan en su aspecto humano, los Tenebrosos son como una persona muy envejecida, golpeada por la vida, con mucha amargura. La mayoría de las veces, incluso, aparecen gesticulantes, como atormentados. Aunque no estén ciegos, las cuencas de sus ojos se ven vacías, negras… es por el sufrimiento que les causa ver todo lo que hicieron sin saber que se lo hacían a sí mismos. Porque los Tenebrosos eran seres humanos que crearon oscuridad a su alrededor y la convirtieron en su casa.