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María García Esperón

  • Zalvehar citerati fjol
    Seré feliz muriendo de tristeza, inmolándome de amor, para siempre, Eneas.
  • Giselle González Camachohar citerati fjol
    Te maldigo y no quiero maldecirte. Te amo y no quiero amarte. He tenido tus caricias y ahora tendré el filo de tu espada.
  • Brenhar citerati fjol
    la vid y enseñar a los hombres el arte de hacer vino, que da felicidad y alegra el banquete, pues inspira a cantar y danzar celebrando la vida
  • Steffhar citerati fjol
    a Atenea, que es de las mayores, la diosa de la sabiduría, de la guerra y de las artes aplicadas y por aplicar!
  • Steffhar citerati fjol
    —No es sensato menospreciar a la vejez, como lo haces tú. Pero no haré caso a tus palabras hirientes, pues alguien tiene que darte una lección.
  • Steffhar citerati fjol
    Atenea tejió una historia que le gustaba mucho en lo personal, pues mostraba su victoria sobre el dios Poseidón, cuando ganó el concurso para que le pusieran su nombre a la ciudad de Atenas. Él hizo brotar un caballo y ella un olivo, y los atenienses deliberaron que el olivo era mejor que el caballo, pues les daría alimento, som
  • Steffhar citerati fjol
    Él hizo brotar un caballo y ella un olivo, y los atenienses deliberaron que el olivo era mejor que el caballo, pues les daría alimento, sombra, aceite para lavar sus cuerpos y cabellos y luz para sus noches.
  • Steffhar citerati fjol
    —El mundo está casi destruido. El viejo Cielo, después de la guerra que nos enfrentó, no puede mantenerse más por sí solo sobre nuestras cabezas. He decidido que seas tú, con tus músculos potentes y tu cuello de hierro, quien para siempre sostenga en sus espaldas la bóveda celeste.
  • Steffhar citerati fjol
    Cuando dejó de ser niño, pensó que debía tener algo así como una varita mágica, entrelazó hiedra en una rama y le gustó mucho el resultado. Desde entonces se le vio corriendo o caminando a través del bosque con su varita en la mano, a la que llamó tirso.
  • Marce Amparánhar citeratför 7 månader sedan
    La reina Berenice se moría de tristeza. Regaba con sus lágrimas los espléndidos salones de su palacio de Alejandría.
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