Sabía que, cuando se avergonzaba, se colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja izquierda. Que se tocaba las pulseras para calmar los nervios. Que dormía en posición fetal, aferrada a la almohada. Que estudiaba cada plato que nos comíamos y paladeaba el primer bocado durante casi un minuto. Que no solo era silenciosa al caminar, sino que a veces lo hacía de puntillas sin motivo aparente. Que se frotaba la nariz en círculos después de estornudar. Que odiaba el frío. Que tenía un lunar en el cuello, un poco por debajo de la línea de la mandíbula. Que su sonrisa siempre empezaba a alzarse por la derecha. Que...