El Artista vio a sus espaldas a un hombre mullido, elegante y como rubio, que desde su asiento le hacía gesto de Qué, pues. Asintió. El otro le señaló una silla a su lado y luego le extendió la mano. Dijo un nombre y subrayó:
—Joyero. Todo lo que ve dorado lo he hecho yo. ¿Y usté qué?
—Hago canciones —dijo el Artista. Y nomás decirlo volvió a sentir que él también podía empezar a repetirlo después de su nombre: Artista, hago canciones.