Jon Anderson

  • Rubén Carrillo Ruizhar citeratför 4 månader sedan
    La primera carta que Ernesto escribió desde México, a finales de septiembre, estaba dirigida a su tía Beatriz. «La ciudad, mejor dicho el país, de las mordidas [soborno] me ha recibido con toda su indiferencia de animal grande, sin hacerme caricias ni enseñarme los dientes...»
  • Rubén Carrillo Ruizhar citeratför 4 månader sedan
    comienzo de 1955 trajo pocos cambios a la vida de Ernesto. Su
  • Rubén Carrillo Ruizhar citeratför 4 månader sedan
    comienzo de 1955 trajo pocos cambios a la vida de Ernesto. Su existencia era la de un joven vagabundo argentino que buscaba cualquier trabajo en un país extranjero, que por casualidad tenía título de médico.
  • Rubén Carrillo Ruizhar citeratför 4 månader sedan
    La Habana en particular me atrae como un lugar donde llenar mi corazón de paisaje, bien mezclado con citas de Lenin
  • Alberto Rosashar citeratför 2 år sedan
    «Sólo cuando se ve que se es útil a otro ser, se comprende el sentido y la misión de la existencia propia» (Stefan Zweig).
  • Alberto Rosashar citeratför 2 år sedan
    No sólo no soy moderado sino que trataré de no serlo nunca, y cuando reconozca en mí que la llama sagrada ha dejado lugar a una tímida lucecita votiva, lo menos que pudiera hacer es ponerme a vomitar sobre mi propia mierda.
  • Alberto Rosashar citeratför 2 år sedan
    Para toda obra grande se necesita pasión y para la revolución se necesita pasión y audacia en grandes dosis, cosas que tenemos como conjunto humano.»
  • Alberto Rosashar citeratför 2 år sedan
    Creo en la lucha armada como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias.
  • Alberto Rosashar citeratför 2 år sedan
    Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones.
  • Victor Avilés Velazquezhar citeratför 8 månader sedan
    Como todos los que habían visitado Irak en la era de Sadam Husein, yo sabía que el país era un verdadero museo de los horrores. El régimen de Sadam era sin duda la tiranía más aterradora que yo había tenido ocasión de conocer de cerca. La única evidencia concreta que tenía de sus crímenes me la habían aportado las crónicas periodísticas y los informes de las organizaciones defensoras de los derechos humanos, pero también la cortina de silencio elocuente y mortal que había encontrado en Irak, donde nadie osaba decir nada en contra de Sadam. Para mí, un silencio así sólo podía ser producto de un grado de temor extraordinario. Un puñado de veces había tenido fugaces atisbos de lo que la gente pensaba de verdad.
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