Las puertas de todas las habitaciones restantes se abrieron de golpe, y de nuevo la cocina se llenó de los cara-verde que habían ocupado el departamento unas horas antes. Uno a uno despegaron de la azotea, los hermanos espejo que se movieron de manera idéntica, el anciano con cojera, el hombre alto y de cara oliva y, por último, la niña que jamás me regaló un gesto de despedida