Interior 403

Siempre hay un amuleto que marca el paso de la vida a la muerte

Ese amuleto es como una puerta que se abre para dejar pasar al muerto. Los vivos tenemos que cerrarla para que nuestra alma no se escape por ahí.

No esperaba la llamada. No recordaba en qué momento ese echarlo de menos hasta creer que no sobreviviría a su partida, había sido devorado por las colas, las guaguas, el trabajo, los amigos, las salidas, las pequeñas victorias y algunas derrotas. Por otras pérdidas, al inicio siempre menos importantes que su ausencia y, luego, mucho más tristes.

Él se convirtió en el único pasajero de un avión que dejaba una ciudad en la que ella era la única habitante.

Se despidieron como si él nunca le hubiera revelado en versos que la amaba, como si ella nunca hubiera pasado la noche antes de la partida vaciando su alma en una carta que no le entregó.

Violeta tuvo ganas de decir simplemente que no. Que estaba en su país, en su ciudad, en su teatro y en su butaca.

Dieter podía sobrevivir sin el mar y Vivian fue perdiendo el interés por la mágica nieve.

—Hay que tener cuidado con una bestia así. Si te muerde, las cicatrices viejas de tu cuerpo se abren para dejar salir la sangre envenenada.

La medicina puede ser difícil de tomar pero debe ser ingerida, puede causar enfermedad antes de convertirse en alivio, se tiene que sobrevivir a ella antes de que pueda salvar

La locura ante la selva es un tema frecuente en la literatura. Desde las visiones de Lucano hasta las distintas versiones del viaje sin retorno emprendido de El corazón de las tinieblas, de Conrad, Occidente ha extraviado el alma en el ardor del trópico. En la selva se pierden la cordura, la civilidad, la salud. En el ámbito latinoamericano hemos leído los delirios ordenados de Quiroga, Rivera y Guimarâes.
Daniela Armijo le da la vuelta a esa tradición y en sus cuentos nos invita a ver la selva con otros ojos.