Mi papá era un agujero negro en el que las conversaciones morían. Si uno se acercaba mucho, ¡tas! se chupaba todo el aire. Eso no ha cambiado. Y no era justo porque, al principio, siempre quería hablar de él. No con él, jamás con él, sino de. Incluso cuando se fue, mucho tiempo después, cuando se fue de verdad, se sentía por el apartamento, como una especie de fantasma que se escondía en los lugares menos esperados.