Estas exageradas emociones de supervivencia hacen que un ego sano (el ego al que nos referimos cuando decimos «yo») pierda el equilibrio. Cuando el ego está en peligro, su tarea es asegurarse de que estamos protegidos y a salvo en el mundo exterior. Por ejemplo, el ego se asegura de que no nos acerquemos demasiado a una hoguera o al borde de un precipicio. Cuando el ego está equilibrado, su instinto natural es el de protegernos. Existe un sano equilibrio entre sus necesidades y las ajenas, entre la atención que pone en sí mismo y en los demás.
Cuando en una situación de emergencia entramos en el estado de supervivencia, es lógico que nos fijemos sobre todo en nosotros mismos. Pero cuando este estado se cronifica, las sustancias químicas del estrés hacen que el cuerpo y el cerebro pierdan el equilibro. nos centramos demasiado en la supervivencia y nosotros somos lo primero, todo lo demás es secundario, y somos egoístas todo el tiempo. nos volvemos caprichosos, egocéntricos y engreídos, llenos de autocompasión y autoodio. Cuando el ego vive bajo un estrés constante, «uno» es lo primero