El hombre
rubio se estableció en las costas occidentales de África. Allí, traficando con los negros, se hizo señor. Para efectuar la trata construyó (luego) una ciudad de madera sobre el agua. Y para él, un palacio. Su mujer era extremadamente celosa. Si alguna de las esclavas domésticas le parecía hermosa le hacía meter el rostro en agua hirviendo, o le cortaba la nariz; si era excesivamente bella, la degollaba. Obligaba a todas las esclavas a llevar el vientre desnudo para descubrir de inmediato si alguna salía en estado (en el palacio el único hombre era su marido). Un día enterró viva una niña a quien su marido le había otorgado una sonrisa.