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Brandon Sanderson

Sombras de identidad

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  • Citlalxochitl Gonzalezhar citerati fjol
    —Voy a pasar, compañero. Mi padre me dijo una vez: «Hijo, no seas llorica». Así que, si las cosas se ponen feas, te estampas la cara contra la pared hasta que te sangren los labios y así te sientes mejor. A mí me funciona. Al menos eso creo. La verdad es que no me acuerdo bien, con la de golpes en la cabeza que me he llevado.
  • Citlalxochitl Gonzalezhar citerati fjol
    «Por supuesto —pensó Wax, iniciando el ascenso—, ¿qué soy, sino una masa de carne y sangre que se mantiene en pie y camina?».
  • Citlalxochitl Gonzalezhar citerati fjol
    —¿No te han dicho nunca que eres sorprendentemente sabio? —preguntó MeLaan.

    —Todo el santo rato.

    —Porque son idiotas. No eres sabio, los engañas. Lo haces a propósito —sonrió—. Me encanta.

    Wayne se echó el sombrero hacia delante, sonriendo, y se recostó otra vez.
  • Citlalxochitl Gonzalezhar citerati fjol
    —Pero ¿no les pasa factura? —preguntó Wayne—. Quiero decir… yo una vez tuve que zamparme veinte salchichas para ganar una apuesta. Me embolsé cinco billetes, pero también me tiré luego una hora retorciéndome por el suelo, gimiendo como aquel que se sienta en el trono e intenta hacer pasar un mango a través de su delicada rosquilla, no sé si me explico.

    Wax reprimió apenas un gruñido, pero poco después MeLaan abrió la puerta de nuevo
  • Citlalxochitl Gonzalezhar citerati fjol
    —Me siento como si flotara en un mar de humo y niebla —dijo. Las brumas se arremolinaban y fluctuaban como si estuvieran dotadas de vida, formando vórtices y remolinos cuya dirección parecía ir en contra de las corrientes de aire, en movimiento perpetuo.
  • Citlalxochitl Gonzalezhar citerati fjol
    —¿Has terminado ya de hablar solo, Wax?

    —Me… Sí, ya he terminado.

    —A mí también me dio por oír voces una vez, ¿sabes?

    —¿Sí?

    —Pues sí. No veas qué susto me llevé. Me aporreé la cabeza contra la pared hasta perder el conocimiento. ¡No he vuelto a oírlas! Ja. Les di una buena lección. Ante una invasión de alimañas, lo mejor es prenderle fuego al nido y largarlas con viento fresco.

    —Y el nido… era tu cabeza.

    —Correcto.
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