Leer este poemario es como tratar de trenzar las estelas del mar y encontrar un camino franco que no conduce sino a profanas bifurcaciones de benevolente impiedad ante lo que cada uno, de forma egoísta, considera sagrado. Es el letargo incoherente y desalmado, que este crucigrama de perjurios oxidados guarda en una playa con desiertos enterrados, es como un galope agudo de encías, muecas que se entretejen, fuego y carne. Es como el sonido de la lluvia que golpea con fuerza el suelo invadiendo la intimidad de todos, haciéndonos salivar.