Tricia Levenseller

Mi propia tripulación en la torre del homenaje está compuesta casi en su totalidad por mujeres. Un hecho del que estoy orgullosa.

—Sí. Sólo que no sé si eres una buena pirata o una pirata realmente buena.

No tengo tales criaturas dentro de mi propia tripulación. Valoro otros atributos por encima de la afinidad por la tortura y el poder sobre los más débiles que uno mismo. Valoro las mentes brillantes, las almas honestas y los que tienen una larga resistencia. Forjo relaciones basadas en la confianza y el respeto mutuo, no en el miedo y el control.

Se calla, y sé que no es porque me haya escuchado. En cambio, me doy cuenta de que está mirando mi pierna. No, no mi pierna. Mis cicatrices. Las tengo por todos mis brazos y piernas.

—¿Qué pasó? —pregunta.

—Nací del rey pirata.

Extiende la mano, a punto de trazar una de las muchas y finas marcas blancas.

—No lo hagas —le ordeno—. He tenido que soportar a Sheck. No necesito que nadie más me toque.

—Por supuesto —dice apresuradamente—. Perdóname. Pero no iba a... —Se interrumpe, poniendo fin al incómodo momento. En lugar de eso, se agacha y saca un bálsamo de limpieza y un trapo limpio.

—Eres tan hermosa —dice—. Como una diosa nacida del mar.

Soy mayormente humana. Pero cuando me permito usar los dones que me dio mi madre, me convierto en otra cosa. Y me mata un poco por dentro cada vez que tengo que luchar contra ella.

* * *

No me siento yo misma. Vivo en la cúspide de dos mundos, intentando desesperadamente encajar en uno.

Es un tonto por creerlo.

Y no le gusta que Draxen me toque.

Ya somos dos.

Nunca antes nadie había sido capaz de detectar el cambio en mí. Ni siquiera mi propio padre puede notarlo, así que ¿cómo puede hacerlo Riden?